sábado, 16 de abril de 2011

Capítulo 3: ¿No hay lugar como el hogar, cuando no tienes donde ir?






La escasa luz de sol de un invierno que acababa de comenzar se escabulló por entre las cortinas, dándole silenciosa y molestamente sobre el rostro de quién dormía plácidamente sobre la cama.

Lentamente y con pereza, Billie Joe comenzó a despertar. Su mirada era ida, como cuando uno trata de ubicarse una vez que se esta en un lugar que no conoce o – en el caso de él- que no recordaba. Se restregó un ojo con el bordillo de la mano para aclararse la vista y tomó desde la mesita de luz su celular para ver que hora ya era. 12:30. Se espantó al ver lo tarde que había despertado. Pero un alivio luego lo hizo reaccionar: Por primera vez en mucho tiempo se sentía con la plena libertad de hacer y deshacer todo lo que el quisiera.

Con ese ánimo a cuestas se pudo para de la cama, buscó entre la maleta toallas y ropa limpia –teniendo que obligatoriamente cruzar el living- y se introdujo en el baño.

La sensación del agua por sobre él lo relajó, ayudándolo en cierta forma a pensar con más claridad lo que desde este instante haría. No se quedaría encerrado para siempre, ¿no?.

“Bien Armstrong, ¿Qué haremos hoy?”

La última vez que había hecho esto mismo las consecuencias al final de todo no fueron muy agradables. No quería volver a cometer el mismo error, ¿cuál?... obsesionarse tanto por alguien. Emmy. Una abrumadora sensación le recorrió el cuerpo, siendo así que ni el agua tibia pudo apaciguar el escalofrío que iba desde la columna hasta la punta de los pies.

“¿Solo en esta ciudad?, pero si hay mucho que ver, visitar… ¡comprar!”

¡M.erda!, no tenía nada aún en la nevera. ¿Qué rayos pretendía hacer con un simple limón todo roñoso y un queso asqueroso, ya tirado a la basura?. Pues nada.

Tal y como si le hubiesen inyectado un tipo de adrenalina pura en sus venas, Armstrong salió de la ducha, se secó y vistió ya en la habitación. Busco entre sus cosas la billetera y revisó si es que necesitaba sacar algo más de dinero. “Suficiente”. Pero otro problema… ¿Cómo sería capaz de traerse tantas cosas si su auto lo había dejado encargado en el aeropuerto para que Mike después lo fuera a buscar?. Retomando claramente esta idea, se dio un palmazo en la frente.

- A tomar taxi-. Dijo en voz alta, no quedando otra opción fiable.

**

Siempre que regresaba de sus viajes por trabajo no podía dejar de hacer notar lo rápido que sus hijos habían crecido. No se dio ni cuenta cuando una tarde y con más de un año de vida, Nicholas decía su primera palabra, o como Charlotte lograba sostenerse por su propia cuenta sobre sus piernas. Todo pasaba velozmente por que su trabajo le imponía tiempo casi completo para ello. Trabajar en una famosa revista de modas y ser uno de los tres fotógrafos de ella le había costado demasiado, pero en cambio perdía otras cosas, como por ejemplo la inocente infancia de sus hijos.

Era una fría mañana de Noviembre, los niños acababan de ir al colegio, llevados por Matt –obviamente-, ya después de ir a dejar a los chicos al colegio se iría a reunir para planear cosas de su banda – no era muy conocida por los medios, pero de a poco iban progresando… no llevaban más de cuatro años juntos-, por lo que había dejado en plena soledad a Emmy en la cama.

De a poco iba avanzando las horas y la molestia del sol en los ojos la hizo despertar. Con un bostezo sonoro y una completa estirada, Emily se bajó de la cama aún adormecida y caminó a pasos lentos hacia el baño. Abrió el grifo del agua y se refrescó la cara. Ya más despierta, se metió a la ducha no por mucho tiempo… deseaba poder disfrutar el día y lo mejor era no demorarse mucho en hacer otras cosas.

Regresó a la habitación y tomó lo primero que encontró en su armario, ya después bajó a la cocina a prepararse el desayuno.

No llevaban mucho tiempo viviendo en Nueva York, dos o tres meses, valga uno a saber la cuenta exacta, pero anteriormente habían estado en Italia. El por qué de su cambio había sido preferentemente por el trabajo de Emmy, además que de a poco empezaban a extrañar su antigua tierra.

Terminado su desayuno, no sabía que más hacer. Se sentía como una extraña dentro de su propia casa. No había podido hacer amistades por que no se había dado la oportunidad y para que hablar de familiares… era mejor dejar ese tema atrás en la vida de Emily.

Durante su estadía en Italia, en más de una oportunidad trataba de comunicarse con sus padres, saber algo de su pequeña hermanita pero nada. Su madre nunca permitió que pudiera entablar una conversación con Sophie, ¿Por qué tanto odio hacia ella?, valga uno a saber… eso solo lo sabe Mary. Tras varios intentos, ya un día dejó de llamar, de preguntarle a su tía que tanto pasaba en Los Ángeles. Ya eso había quedado atrás.

Sumida en esos pensamientos estaba Emily, cuando desde el living se oyó el sonido del timbre del teléfono. Movió levemente la cabeza para concentrarse y caminar hacia la siguiente habitación. Dio bocanadas de aire grandes y tomó el teléfono.

- ¿Diga?-. Dijo sentándose en uno de los sofás.

- ¿Cómo esta la mujer más hermosa de la tierra?-. Dijeron desde la otra línea. Emmy sonrió al reconocer la voz.

- Muy bien querido Jeremy, ¿y usted?-. Espetó con cierta elegancia en su voz. Se escuchó una risita.

- De excelente humor hermosa-. Comentó el nombrado, aún con la sonrisa en su rostro.

- Te oigo perfectamente-. Dijo ella.- ¿Para que soy buena?-.

- Mm… no lo se-. Su voz sonaba exageradamente sensual. Emmy rió aún mas fuerte.- Me acaban de llamar desde la editorial… quieren que nos juntemos de inmediato-. Al escuchar la información, se le hizo imposible a no hacer cierta mueca de disgusto. ¿Acababa de llegar y ya debía trabajar?. Injusto.- Se que acabas de llegar a casa hermosa… pero piensa que si entre más pronto nos juntamos más podrás estar con tus creaturas-. Le alentó Jeremy.

- Siempre encuentras la forma de hacerme aceptar-. Dijo con cierto “reto”, riendo luego junto a su amigo.

- Voy a estar llegando entre el miércoles o jueves-. Le informó él, ya apunto de cortar la comunicación. Llamar desde Italia salí un tantito caro.- Avísale a los niños que el Tío Jeremy ¡les llevará regalos!-. Gritó él.

- Yo les diré. Nos vemos-.

- siamo belli-.

La comunicación se cortó al instante. Escuchar una de las pocas voces conocidas hizo que Emily se sintiera de mejor ánimo. Jeremy había sido su apoyo durante su estadía en Italia… mientras Matt no aparecía.

“Cuatro, cinco, seis meses… ya no sabía la cuenta exacta de cuanto tiempo llevaba acá. Hacía ya poco tiempo había llamado a mamá, pero como era ya de esperarse, no quiso hablar conmigo. En cambio si lo hizo papá, quien por muy poco expresivo que se le oía, sabía que por dentro sonreía al escucharme. Lo único malo fue que por más que le rogué a mi padre que me pusiera a Sophie al teléfono, no quiso. “No insistas Emily, sabes que a tu madre no le gustará”, que no le guste al demonio.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras con cierta dificultad -si llevar a una sola personita es pesado, imagínense lo que era llevar dos- hasta el living. La prima de Mary había salido a hacer un trámite, por lo que la casa era más solitaria aún. Daba un poco de miedo por que parecía de estas casas antiguas de las películas de terror, a lo Frankenstein y todo el cuento.

El living era peor aún, esos muebles antiguos y que rechinaban por las noches. Ni se lo imaginan. Me senté en el sofá duro y tomé uno de los tantos libros que el Sr. Bouvier me había dado como lectura para una pronta prueba. No recuerdo como se llamaba, pero era de esas típicas novelas rosa, en donde el amor es imposible y muchas otras payasadas que no valen la pena mencionar, al final el bien triunfa contra el mal y aplausos llantos y miles de otras cursilerías. Era para matarse de la risa de solo imaginarlo.

El día afuera era hermoso. La lluvia había parado hacia ya unos minutos y el sol se asomaba con toda plenitud. Quedé extasiada; perdiendo toda atención en la lectura, observando por el ventanal a la gente que transitaba por la calle. “Todos disfrutando, menos yo”, pensé disgustada. En un movimiento algo brusco me paré del sofá, tomé mi abrigo desde el perchero, mi bolso y salí de casa. “Un problema más, un problema menos… que va” dije mentalmente, dándome el ánimo para atreverme a cerrar la puerta por completo.

Crucé la calle mirando por ambos lados, llegando al otro extremo. Si que me sentía una completa fugitiva.

Saqué desde el bolso una cámara fotográfica –se la había pedido a papá la última vez que había hablado con él, por lo que era prácticamente nueva- y comencé a sacar tomas por doquier. Si había un pequeño perro pidiendo en la puerta de la carnicería su comida, ahí estaba con mi cámara. Era una agradable forma de distracción.

No me había dado cuenta que había caminado muy alejada desde donde lograba conocer de Florencia. Pero algo llamó mi atención poderosamente… olvidándome por completo que estaba algo perdida. La música y las risas lograban llegar hasta el otro costado de la esquina.

Era un pequeño circo, de esos que no pasan muchas temporadas en un mismo lugar. Estaba situado al medio de un parque, “no estoy tan lejos de casa”, pensé al reconocer la calle contigua en la que estaba varada.

- ¡Pasen y disfruten de la magia del circo!-. Gritaba un hombre ya entrado en edad, vestido de pies a cabeza con un traje de payaso. Su acento italiano era maravilloso.

Los niños a mi costado lo miraban maravillados, mientras que el payaso hacia trucos con globos. Muchos rogaban a sus padres para que entraran, otros… otros solo observaban con un brillito en sus ojos. Era divertido verlos gritar asombrados con cada truco que el viejo payaso hacía.

El menudo hombre disfrazado, comenzó a caminar por entre la pequeña multitud haciendo y deshaciendo trucos. No era una oportunidad para desgastar, por lo que me tomé el atrevimiento de sacar un par de fotos… no muchas para no causar problemas.

- Una flor para otra flor-. Dijo estando en frente de mí, sacando desde detrás de mi oreja un pequeño tulipán rojo, entregándomelo con reverencia.

Le sonreí.

Me entusiasme más aún y decidí comprar un boleto para la próxima función del día. “Bien, si mi tía ya esta en casa… mejor disfruto mis últimos minutos de libertad”, pensé divertida, imaginándome su cara de completo horror.

Debía de esperar media hora ya que todavía no terminaba la otra función. Mientras esperaba compré un saco de palomitas y recorrí los alrededores de la carpa. Pensé que podría encontrarme con animales enjaulados, pero para mi sorpresa no había nada de eso. Solo unas cuantas casas de esas rodantes.

Ubiqué un banco para sentarme por que ya comenzaba a cansarme. Tener este peso encima, se los juro que es cansador.

- ¡Déjame en paz!-. Escuché que gritaban desde una de las pocas casas rodantes contiguas al circo. Luego un fuerte portazo y unas torpes pisadas fuertes sobre el piso lleno de hojas semi-secas.

De a poco fui visualizando una pequeña figura que caminaba dando pasos gigantes y en circulo. Me entró un miedo horrible al verlo avanzar hacia mí – no directamente-. No debía de tener más de 20 años.

Me puse más incomoda al ver que ya más sumiso, se sentaba al otro extremo del banco. Seguí comiendo palomitas tratando de verme lo más normal posible, pero me fue imposible despegar la mirada de él. Lo observaba a través del rabillo del ojo. Lo escuché llorar en silencio, sin despegar los ojos del cielo. Como si tratara de buscar respuestas en el mismísimo cielo.

Me mordí el labio inferior para no abrir mi bocota, valga uno a saber como reaccionaría si le preguntaba algo.

- Qué irónica es la vida a veces, ¿no?-. Dijo el chico. Lo sentí moverse en la banca y posar sus ojos en mí.- Uno no puede agradarle a todo mundo. Y ahí aparece él, tratando de hacerme cambiar, ¡ja!-. ¿Me hablaba a mí?, pues al parecer si. Volví a mirar por entre el rabillo del ojo y lo vi sonriéndome amargamente.- Que mal educado soy… me llamo Jeremy-. Agregó luego, viendo que yo no decía nada. Estiró su mano hacia mí. Su acento era algo raro.

- Yo-yo soy Emily-. Dije aturdida, estirando mi mano hacia él.

- Perdón si te asusté-. Se excusó mientras se sobaba la nuca

- No te preocupes… no escuché nada-. Me miró significativamente.- Ok, si lo hice. Perdón-. Agregué luego, avergonzada.

- Esta bien, de igual forma necesitaba llamar la atención-. Ahora era yo quien lo miraba con una ceja levantada.- Yo me entiendo-. Dijo restándole importancia con un gesto con la mano. Asentí- Por lo que veo no eres de acá-.

- Eh… no. Soy de Los Ángeles-. Silbó largamente, tratando de decir que era un largo tramo.

Me reí.

- Yo era de Florida… más bien papá lo era. Yo nací acá-. “De ahí el acento”, pensé.- ¿Esperas a tu novio?-.

- No, ¿Por qué lo preguntas?-. Fue la pregunta más idiota que he podido decir en mi vida.

Apuntó con su dedo índice hacia mi barriga. Me quería morir de vergüenza.

- No quise incomodarte… perdón-. Se disculpó al ver que no despegaba la vista desde mi vientre. Levanté la vista y le sonreí.

- No te preocupes. Es mi manera de llamar la atención-. Nunca había oído risa más aguda que la de él.

- ¿Cuánto tienes?-. Preguntó curioso, ya estando más calmado.

- Voy para los seis meses-. Volvió a silbar como la primera vez.- ¿Problemas con tu padre?-. Ahora era yo quien quería saber de su vida.

Me sonrió torcidamente

- Lo de siempre… quiere que actúe en el circo, pero no tengo la menor idea de que hacer-. Dijo con la voz frustrada.- Creo que uno de estos días me iré de casa-.

- ¿Por qué lo dices?, si fuera tu desearía poder estar con mis padres… poder volver donde yo estaba-.No me había dado cuenta que era yo quien desahogaba sus penas… hasta un par de lágrimas cayeron involuntariamente.- Pero no puedo-. Agaché la cabeza para limpiarme los restos.

- Veo que no la pasas muy bien, ¿eh?-. Asentí afirmativamente.

- Trato de disfrutar todo lo que acá tengo… pero igual se extraña el hogar.

- ¿no hay lugar como el hogar cuando no tienes a donde ir?-.

- Así es-. Espeté sonriéndole.

- Creo que nos llevaremos bien-. Comentó Jeremy en cambio, abrazándome por los hombros. Si que me sentía acompañada por primera vez.

La función por la que había comprado el boleto ya había comenzado, pero yo me quedé ahí conversando un tiempo más con Jeremy. Como había dicho… era la primera vez que me sentía en compañía. Desde entonces, Jeremy había sido gran parte de mi apoyo para pasar todo lo que se me venía.”

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